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EL CINEMATÓGRAFO

Mes de publicación

Octubre 1987

Publicado en

Solera

Cedente

Agustín Cifuentes
  • EL CINEMATÓGRAFO
  • Alejandro Tomás Ibáñez (ATOMI)
  • Hacia el principio del siglo
    unos, llamaos Los Carriones,
    en la Plaza de la Iglesia
    ponían unos barracones.

    A la entrá del barracón
    había un órgano gigante
    con  muñecos que bailaban
    y un sonío mu penetrante;
    y, cuando callaba el órgano,
    un tío, con recia voz,
    pa que la gente viniera,
    les soltaba este pregón:
    “¡Pasen, señores, a ver
    Lo más grande y sorprendente!
    Aquí está el cinematógrafo
    con sus figuras vivientes.

    El invento más famoso
    que, agora, se puede ver,
    inventao en Paris, de Francia,
    por los hermanos Lumiers.

    Esto no son vistas fijas
    de las que enantes había.
    Agora verán “ustés”
    correr el tren por la vía,
    a Reverte y Lagartijo
    toreando una corría,
    al tunante Piruliqui
    huyendo, en veloz carrera
    del guardia que lo persigue
    pa meterlo en la perrera.
    Desfilar a los soldaos
    que van a luchar al moro
    y a esa célebre gallina
    que pone los huevos de oro.
    Vean esta maravilla
    por mu poquico dinero:
    a real la preferencia,
    a perrón, el gallinero.”

    Al principio echaban cintas
    que cuasi no se veían,
    pus, como oscilaba tanto
    parecía que llovía.

    El cien era, entonces, muo,
    y pa que pudián mejor
    entender lo que salía,
    había un explicaor,
    que iba describiendo tó
    lo que la gente veía.
    Y, al cortarse la película,
    que salían unos rayajos,
    el hombre, pa entretener,
    solía echar algún “gracio”.

    -“¡Vean lo que agora sale!
    ¡Señores, fíjense bien!
    Que son vistas panorámicas
    que se han tomao desde un tren.”

    Y, cuando tó estaba oscuro,
    gritaba: -¡Esto se anima!
    Vean la pelea de negros
    en el túnel de Las Minas.

    Luego, en vez de explicaor,
    salían unos letreros
    comentando las escenas
    con argumentos certeros.

    Más tarde, en el mesmo Teatro,
    el cine se estableció
    y un hombre, llamao Severo
    entró como operaor,
    al que el público chillaba
    cuando veía algo raro.
    -¡Severo, que no se ve!
    -¡Venga Severo, más claro!

    Quién podía adivinar
    que, de aquel cine pasao,
    del que salían cuasi siempre
    tos, con los ojos hichaos,
    iba, con el tiempo a ser
    tan perfecto y popular;
    pus, desde los años treinta,
    los artistas, puen hablar
    y el Cine progresó tanto
    que hoy tiene, pa toa la gente
    un irresistible encanto.
    Ya que, a más del Cine hablao
    y eso del Cinemascope,
    que lo ves tó alargao,
    echan agora en Madrid
    una cosa que se llama…
    -¡A ver si agora me acuerdo…!
    -¡Ah! Si, ya… el Cinerama.
    Lo que se ve en la pantalla
    tanto a la gente se arrima
    que te da la sensación
    de que se te viene encima…
    Tuica la gente se agacha,
    si ve venir un avión;
    pus, paice que te acomete
    y va a darte un coscorrón.
    Si ves la Montaña rusa,
    te da vértigo, y te obliga
    a encogerte, porque sientes
    cosquilleo en la barriga.
    Y, si sale algún león
    pus lo llegas a temer,
    porque si abre la boca,
    paice que te va a comer.

    ¡Cómo cambean los tiempos!
    Pus, de aquellos barracones
    hoy se exhiben las películas
    en mu lujosos salones.
    Y aquello que comenzó
    como cosas de chiquillos,
    ha llegao a ser en tó el mundo,
    la actividad de más brillo,
    de gran popularidad  
    y, que da a muchos artistas
    una fama universal.

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